El trabajo de de-construcción y postproducción que Francisco Belarmino realiza en Imágenes en transición obedece al deseo de explorar visual y reflexivamente los intersticios entre la dimensión poética y política de la imagen digital y sus distintas implicancias; desde su iridiscente superficie, sus códigos, hasta la materialidad de sus soportes y dispositivos.
Si nos detenemos en el discurso técnico y simbólico que se ha construido desde la práctica fotográfica y audiovisual, es revelador observar cómo el lenguaje metafórico que estas disciplinas han usado parece condicionado por una visión de mundo particular que permitió que la imagen técnica tuviera el avasallante lugar de privilegio que hoy ostenta. Expresiones como “disparo” y “captura”, asociadas al acto fotográfico, anunciaban la violencia con que el régimen visual se impondría en la relación sujeto-mundo.
Belarmino, por su parte, “re-captura” desde la cámara digital hacia un monitor de televisión y viceversa -repetidas veces- su propio rostro o registros audiovisuales que circulan en nuestras pantallas. Mediante postproducción deshilacha las imágenes, las sutura, las recompone, las moldea, pero no para reinterpretarlas -estrategia artística tradicional en las operaciones de apropiación-, ni tampoco para simplemente experimentar con las infinitas posibilidades efectistas que ofrecen las herramientas técnicas. Como si de un virtuoso y excéntrico taxidermista digital se tratara, Belarmino manipula y transfigura las imágenes para interrogarlas y desnaturalizarlas. Nos obliga a mirar con extrañeza la espesura de las imágenes en movimiento, su estructura subyacente y el lugar que habitan en nuestra retina y en el tejido cultural, hilvanado por el poder y la violencia de la representación.
El artista se detiene a reflexionar sobre la identidad del sujeto y sus mediaciones. En Autorretrato, su propia imagen alterada por el lenguaje de los medios técnicos se convierte en objeto de estudio, cuestionando qué hay detrás de los signos. Asimismo, en Anywhere but herepone en tensión y riesgo el elástico y frágil vínculo entre memoria y territorio. Asimismo, en Fosa común vemos, despojadas del contexto que las engendra y de su definición original, las imágenes de personajes íconos de nuestra historia reciente local y global que parecen reducidos a espectros electrónicos, células de un lenguaje de máquinas. Pero la apropiación no acaba ahí. El artista desafía al régimen escópico tradicional, alterando la mirada horizontal que funda la visualidad occidental moderna. Nos hace observar estas imágenes en su dimensión escultórica, ya desactivadas por los signos que levanta el escenario de la posverdad, y abandonadas en una fosa o abismo a la que el espectador debe asomarse para encontrar el reflejo de su propia imagen desdibujada.
Ante el aparente vacío y banalidad que parecen asociados a la hipertrófica producción y circulación de imágenes, la propuesta de Belarmino cuestiona hasta qué punto la pregunta por lo que pueden las imágenes técnicas es o no tan trivial. En la pieza Archivo Corrupto, por ejemplo, se detiene a reflexionar sobre la ‘tarjeta de memoria’ que contenía los videos que permitieron conocer la verdad sobre el asesinato de Camilo Catrillanca. El plástico de una tarjeta SD se derrite, de la misma manera como las certezas parecen fundirse en una sociedad donde la hipervigilancia a la que estamos sometidos no es sinónimo de verdad ni transparencia.
En casi todos los videos hay una voz. ¿Cómo podría ser la voz de “la” imagen? -así en abstracto-. El artista opta por una textura femenina y algo gastada. Esta voz, envejecida y experimentada, ensaya un monólogo, suerte de confesión, en el que las preguntas en torno al estatuto ontológico de la imagen -ubicado entre la fascinación y la sospecha, entre la materialidad y los espectros- parecen generar incesantemente nuevas e incómodas paradojas.