Colaboración con proyecto VIRAL, boletín 07, Editorial Rayo Verde

I.
Un torso desnudo se mueve de espaldas y la secuencia se repite varias veces, en afán por volver a sentir el calor de los movimientos. Pronto las huellas dactilares de Francisco Belarmino chocan con la superficie de la pantalla, para acariciar un cuerpo de carne llano, que hoy sólo acontece como pixel. Lo etéreo de la escena no resulta excepcional, dado que nos encontramos bajo un contexto en el que la mayor parte de la presencia humana –sólida, palpitante, movediza– ha sido desmaterializada.
El pixel (acrónimo de picture element en inglés) sobrepasó su estructura como unidad de color lumínico y hoy condensa la única vía de acceso al gran espectro de deseo, presencia y comunicación de los cuerpos con el exterior. Un faro de luz al que la humanidad se aferra en distintos grados, que a su vez equivale a un nuevo modo de habitar lo real: frente a una pantalla, que alisa y transmite cada corporalidad hacia el mundo, a la vez que sintetiza sus atributos físicos en números, que se traducen en profundidad de color y dan la seguridad de que aún seguimos con vida en aquel reflejo instantáneo, recibido al otro lado de cada terminal. Los pixeles y las pantallas como única ruta de acceso a la transmisión de un otro no son novedad. Imágenes como “Signal” del fotógrafo estadounidense John Stanmeyer (ganadora de la World Press Photo 2013) dan clara cuenta de aquello, al mostrar a un grupo de inmigrantes en las orillas del Mar Rojo, situados bajo la luna de la ciudad africana de Djibouti, intentando dar con la señal de internet proveniente de Somalia, mientras sus celulares portan una tarjeta SIM de dicho país vecino. Así, ante la impronta física de las fronteras geográficas (militarmente impuestas), los grupos migrantes proyectan su desvanecimiento, al intentar reconectar virtualmente con sus parientes, que han quedado estáticos al otro lado del margen.
Algo parecido sucede con los encuentros sexuales a distancia, que copulan frente a las pantallas, con estímulos condensados en cada pixel. Estas uniones incorpóreas –que paradójicamente acontecen en el sentir de cada cuerpo– generalmente hablan de comunidades disidentes, que deben recurrir a esta vía para poder conectarse con sus fuentes de afecto y deseo de manera segura, ante los preceptos morales que el resto ejerce. Actualmente la vida exterior parece haber quedado atrás. La posibilidad de desplazarnos y producir instancias de realidad sociales, espontáneas y en proximidad física a la manera en que estábamos acostumbrados no se ven como una opción viable de aquí a mucho tiempo más. La radiación electromagnética del sol fue reemplazada por la luz de cada pixel y la captación de vitamina D es suplida por medicamentos. Por su parte, el arte relevado por pantallas, tal como sugiere Diego Maureira, no carece de legitimidad a la hora de “proponer poéticas que se limiten netamente al universo de la  información binaria”. De hecho, la misma composición digital se ubica en un permanente estado de devenir, dado que la modificación de sus ceros y unos –del código binario– es siempre una posibilidad abierta. Al respecto, Rodrigo Zúñiga delibera que la imagen-pixel está siempre en flujo, bajo esa condición líquida que la desata de cualquier matriz. Si consideramos lo anterior, entonces, trasladar la vida mundana y terrenal a la ingravidez de una pantalla no parece algo completamente disparatado. Después de todo, en las raíces del inconsciente yace un devenir líquido, con fantasías, deseos y pensamientos inaccesibles a la conciencia, donde las posibilidades propiciadas por la internet y su visualización en pixeles parecen ser una vía para la ‘materialización inmaterial’ de este contenido inconsciente. Así, tal como apunta Zúñiga, las imágenes-pixeles forman parte de un campo de posibilidades inagotables, que no parecen ser una mala vía de acceso a los intersticios del deseo, la comunicación y la convivencia remota a la que nos enfrentamos. Todo esto sin mencionar que tampoco existe otra posibilidad de salida ante la inmanencia del contagio.
II.
Ondas circulares se propagan por el líquido de una pantalla. Al fondo, la imagen en movimiento de un recorrido sobre la atmósfera. Poco a poco, los contornos de esta proyección cambian de forma, hundiendo sus extremos para dejarnos frente a una zona convexa. La pantalla, tradicionalmente tersa, se entrega al arco de esta imagen, mientras Francisco Belarmino escribe que siempre ha querido tener una pantalla gigante y podemos tocar y menos despedir su residencia en la Tierra. Todo esto público, instantáneo y vuelto a la luz del pixel.
El 2007 la fotógrafa saudita Evan Baden presentó su serie “The Illuminati”. Las imágenes muestran el rostro de los modelos iluminados por las pantallas de sus dispositivos, generando un claroscuro entre la superficie lumínica y el resto de la escena. El juego entre la conexión y el aislamiento simultáneo que presentan estas fotografías, hoy más que nunca, vuelve a recobrar fuerzas. Si bien por esos años, el Sur del mundo no contaba con un acceso masivo a las tecnologías que ostentan las imágenes de Baden, hoy la situación es distinta: la clase media y trabajadora goza de conexión a internet, formando parte de un gran espectro –no sin una cierta imposición– de illuminatis. Los pobres, en cambio, no pueden costear este servicio de la misma manera. Por consiguiente, la educación, el trabajo y el traslado de la vida al plano virtual ejerce un nuevo nivel de precarización. La conexión, luz y excitación suscitados al calor del pixel no irradian por igual y de hecho, la inversión entre la señal perseguida por los modelos de Stanmeyer  en la intemperie foránea– versus la que concentran los de Baden –en la comodidad privada de sus autos y hogares– lo resume bastante.
III.
Estemos o no de acuerdo, hoy las vidas gravitan entre la virulencia de la pandemia y la superficie de las pantallas, presas de ese interludio permanente entre luz y contagio. La serie “Pixels” del fotógrafo argentino Alejandro Chaskielberg sintetiza la presencia de los modelos a la manera de un color, que es destellado por la curva, como la que lo mira desde el otro lado de la Alameda. Luego de unos segundos, aparece la imagen de este gran entramado electrónico sobre el centro de Santiago. Está apagada. Es de día y la frialdad de su órbita contrasta con las fachadas de cemento gastado de los edificios que la rodean. Hubo un tiempo, cuando las masas aún se desplazaban bajo la carne, en que la luz de esa pantalla colmaba el cielo de la Alameda, mientras abajo en la vereda –similar a las tomas de Blade Runner– ardía el fuego de las parrillas con anticuchos y los carros con aceite para sopaipillas. Todo rebosante de estímulos, contrastes, multitudes y movimientos, en una escena que resume –arriesgándose en esta generalidad– las vistas de América Latina, como si se volcara su flujo en un solo pixel. La pantalla que mira desde el otro lado de la Alameda ya no ilumina ese espacio. Hoy son otros los focos que día a día resplandecen, concentrados en los dispositivos tecnológicos y las presencias espectrales que se proyectan a través de sus aplicaciones, videos y transmisiones en vivo. También se visitan imágenes del pasado, que ante las actuales medidas contra el contagio, vuelven a ser compartidas y puestas en flujo. Así, fragmentos dispersos entre el gran acopio digital de antaño –en desorden y sin nunca imaginar esta función conmemorativa – retornan a un espacio virtual compartido, como highlights de un carrusel infinito que recicla el depósito de los recuerdos.
Fotografías análogas digitalizadas por la cámara del celular, capturas de pantalla de hace uno o dos años, videos sueltos, álbumes improvisados. Todo emerge como un rito de afecto virtual, inspirado en quienes no pantalla del celular que cada uno sostiene. Allá donde la suma de pixeles de Belarmino conforman un torso desnudo, acariciado en el intervalo de la pantalla, el centelleo policromático de Chaskielberg presenta cuerpos contiguos, pero enfrascados frente a la luz que acalora sus rostros. Así, encandilados ante los fotones de color y situados en puentes, ríos y paisajes del sur de Argentina, los cuerpos sostienen y son capturados por la performance lumínica de cada dispositivo. Si a partir de octubre de 2019 las pantallas convocaron y replicaron la acción de los cuerpos físicos aglomerados sobre el espacio público, con luces provenientes de múltiples rayos láser que apuntaban hacia los drones, helicópteros y fachadas de edificios; bengalas detonadas hacia lo alto, proyecciones de Delight Lab o colores emitidos por Oxilux durante año nuevo, hoy toda esa energía se encuentra relegada a la proximidad de cada pantalla, en estado de expectación hasta poder volver a abrirse más allá de cada dispositivo.
IV.
¿Qué sigue de aquí en adelante? Susan Sontag emprende su libro La enfermedad y sus metáforas (1978) diciendo que la enfermedad es el lado nocturno de la vida y que al nacer nos es otorgada una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos, agregando que “aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”. Hoy, cuando el virus se expande sin claridad ni precedentes, la barrera entre salud y enfermedad se vuelve endeble. Habitamos una oscuridad inagotable, pero abrazamos la vuelta a la luz y el calor del exterior. ¿Cómo percibir este periodo en un futuro venidero? Naturalmente, el registro de estos tiempos confinados se detendrá bajo capturas de pantalla, ya que ese es el lugar donde el 2020 transcurre. Estos archivos, más que imágenes, serán fuerzas sensibles, bloques de sensación y destellos de memoria, que se verán reproducidos en otras pantallas, aún sin un contexto claro, en color sobre color, luz sobre luz y pixel por pixel.
Bibliografía
Maureira, D. (2020) Frío e inerte. Sobre la obra de Valentina Maldonado en Artishock, recuperado el 29 junio de 2020.
Sontag, S (2012) La enfermedad y sus metáforas. Buenos Aires, Argentina, Random House Mondadori.
Zúñiga, R. (2015) La imagen infinita. Reflexiones sobre la especificidad ontológica de la imagen-pixel. Revista de Teoría del Arte, (27), p. 13-27. Consultado de https://revistas.uchile.cl/index. php/RTA/article/view/38007/39666
Imágenes de Superficies Sensibles para Boletín 07 VIRAL - Editorial El Rayo Verde

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